lunes, 17 de febrero de 2014

La Ciudad de México y lo Queer



 “Las ciudades tienen sexo:
Londres es un hombre, París una mujer, 
y Nueva York una transexual bien adaptada.”
Angélica Olive Carter, periodista británica.
Si esta periodista británica tiene razón la Ciudad de México sería un mayate. La razón es por demás simple. Por un lado, la nuestra es una ciudad más bien esquizofrénica y contradictoria pues lo mismo es liberal que conservadora, lo mismo es cosmopolita que retrograda, ultramoderna y, sin embargo, virreinal; barroca, diría Bolivar Echeverría y no estaría hablando, no sólo, de su arquitectura.


Un mayate por lo macho, por lo chacal, pero también por lo loca… por la forma que tiene de partirnos el culo, unas veces al hacernos suspirar, otras al escupir los dientes. Un mayate por lo gacho del ocultarse y por el placer de hacerlo.
Por otro lado, ninguna otra ciudad de México es una ciudad global en ese arrojado sentido que la socióloga Saskia Sassen le da al término: una ciudad que logra conectarse a la globalidad y romper con las tierras que la rodean. Una ciudad que se desvanece en la dimensión transterritorial de los gays que lo mismo se proyectan al pensar en Zona Rosa que en Chueca o Castro Street. Unos gays que salen de pronto a protestar por lo que ocurre en Rusia y hasta salen fotografiados en The Advocate y terminan por inspirar protestas masivas en el resto de Occidente.
Ninguna ciudad como ésta en la cual se puede ser joto de tiempo completo y vivir de ello en una cotidianidad aburrida -y sí, admito que hablo un poco de mí- que, empero, genera admiración entre los bugas que no dejan de considerar heroico el salir del clóset; ¡si vieran que ni así consigo novio! Ésta es, así, una ciudad en la cual hay gays muy mexicanos y, al mismo tiempo, muy globalizados -que no internacionales porque de ésos hay más bien pocos.
A qué voy con todo esto. Pues simplemente a un punto a la vez pedestre y a la vez no. Hace poco me encontré comparando dos lecturas acerca de lo queeren la Ciudad de México. Uno es el ya no tan reciente libro de Rodrigo Laguarda acerca de la calle de Amberes -la Gay Street de la ciudad, como jura que le dicen aunque yo nunca he tenido el (dis)gusto de escuchar eso- en la cual celebra la creación de un espacio casi 100% gay, un espacio que emula al barrio gay arquetípico: el ghetto. El otro libro es el fenomenal trabajo de Frédéric Martel acerca de la globalidad de lo gay; en dicho libro Martel analiza diversos patrones de los espacios gays en las ciudades de todo el mundo de acuerdo a la tolerancia e integración de sus sociedades.
A diferencia de Laguarda, a Martel lo que le interesa no es Zona Rosa como barrio gay sino La Condesa y La Roma como barrios posgay. La diferencia radica en que en un barrio posgay la identidad homosexual está presente pero sin convertirse en un engrudo lleno de grumos apelmazados: se es gay pero también muchas otras identidades y, con ello, se le resta centralidad a esta faceta identitaria porque simplemente ya no hay la urgencia de militar 24/7 en su defensa porque ya se ha ganado no únicamente el derecho a la visibilidad sino la trivialidad de aparecer como cotidiano. Y, si no me creen, vayan a la mezquita Sufi llena de maricones que tiene su sede, ¡Oh, sorpresa!, en La Condesa…
Por tanto, Martel no celebra el ghetto en ninguna de sus modalidades; no celebra el ghetto, ni la calle, ni ninguna otra forma de aglomeración. Celebra la posibilidad de identidades posgay y de ciudades igualmente posgay en las cuales se puede ser gay de tiempo completo y, por ello mismo, ya no se es gay de tiempo completo puesto que se (vuelve) a ser muchas otras cosas.
Nuestra ciudad es, según dicen, una ciudad global, transterritorializada… una isla conectada a otras y desconectada de su mar. Una ciudad posgay con personajes posgay que militan ya por otras causas o por otras geografías: el 132 lo dejó claro, el liberacionismo animal también… la embajada rusa lo atestigua. Y, sin embargo, la nuestra sigue siendo una ciudad infinitamente desigual gracias a su mismísimo cosmopolitismo y éxito, gracias a esa dimensión de capital cultural y financiera que exhibe la iniquidad y, al exhibirla, calienta los rencores y atiza explosiva una violenta defensa de la identidad de cada quien.
Y es que, triste anécdota, todas las mañanas noto la repugnancia con la cual me contempla un señor que trabaja en el estacionamiento en el cual dejo mi coche. Quizás quisiera decirme algo, pero no lo hace. A los dos se nos cruzan los cables. A mí por que sé que mi mundo posgay descansa en una clase sociocultural… a él, supongo que por exactamente la misma razón, la misma y, sin embargo, al revés.
Sea pues la Ciudad de México ese mayate que, primero, te coge, te habla rico… y luego te roba y te muele a putazos… por ¡puto! Celebremos pues lo queer, lo posgay, que tiene esta ciudad. Celebremos también lo ortodoxamente marica, lo convencionalmente gay. Amberes, Neza y La Condesa resumen la cartografía de cómo se vive la homosexualidad en esta ciudad. No hay nada más corporal que el sexo ni nada más espacial que la identidad sexo-genérica. Deambulemos pues por sus calles siendo, a veces, muy putos, otras tantas, simples maricones, y, en algunos casos, el símbolo par excellence del glamour de un barrio.

Por:  Fabrizzio Guerrero Mc Manus

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